Raúl Vegas Morales
Ollanta Humala subió al gobierno con la mejor expectativa de una gestión que marcaría la diferencia respecto a sus precedentes. Sus propuestas de campaña, atrevidas y a contracorriente, le ganaron el odio visceral de contrincantes políticos que desde el ala derecha recurrieron a todos los recursos para desprestigiarlo. Hasta contrataron al francotirador y verdugo a destajo Jaime Bayly para que con programas especiales se dedique exclusivamente a demoler la candidatura nacionalista.
Contra la opinión mayoritaria de analistas y medios había pasado a segunda vuelta junto con Keiko Fujimori, la favorita. Finalmente se hizo de la presidencia de la república por estrecho margen. Juró por la constitución del 79 ante memorable pataleta de Martha Chávez que vociferó durante todo el discurso presidencial. Le valió el comentario de la entonces presidenta de Argentina Cristina Fernandez de Kirchner quien entre risas comentó “pobre de su marido”
La anécdota pasó, y Humala instalado en palacio de gobierno, no volvió a mencionar la constitución del 79 ni su proyecto transformador. Luego de los 6 primeros meses, renunció el premier y su gabinete. Humala se apartaba cada día más de la hoja de ruta que tenía como sustento el programa de la Gran Transformación con que había ganado la primera vuelta electoral.
Su acercamiento a la derecha que lo denostó durante la campaña electoral, provocó a la vez el alejamiento de la gente que lo había acompañado desde la campaña del 2006, su base social se quebró, la ruptura generó la salida de personalidades como Javier Diez Canseco y el mismo Salomón Lerner.
Su aprobación al primer año subió en los sectores A y B mientras bajaba en los niveles C, D y E en proporción inversa a sus primeros meses de gobierno. Es decir, las clases desfavorecidas lo desaprobaban mayoritariamente mientras las privilegiadas lo aprobaban y aplaudían.
Es allí cuando Humala comete el gran error de querer ser uno más de la derecha, confundió la aprobación interesada con aceptación, se creyó uno más del establishment y ya no le interesó la base social que lo había llevado a la presidencia.
La fortaleza de una cadena se mide por el eslabón más débil.
No es extraño que en una vorágine de corrupción donde hay tantos comprometidos se despierte el canibalismo político y haya urgencia por conseguir culpables; y estos se tienen que encontrar entre los más débiles, en huérfanos de sociedad, en quienes ya no tienen quién reclame por ellos. Allí están Toledo y Humala. Los otros intentarán sobrevivir.