Escrito por: Arcely Chávez Villalva

Sin agua no hay vida, esta premisa es de conocimiento general, pero durante años los recursos hídricos no se han usado adecuadamente. En los meses secos, cientos de familias que viven en las zonas altoandinas de Ayacucho se ven afectadas y suelen esperar con esperanza la temporada de lluvias.
Con los años los patrones de lluvia se vuelven más erráticos, el suministro de agua se torna más variable. Al mismo tiempo, como los días se están volviendo más calurosos, se evapora más agua de las reservas y a medida que la población crece se genera una mayor demanda de este recurso.
Un estudio de la Autoridad Nacional del Agua (ANA), resaltó que el sector agrícola utiliza el 80% del total de agua dulce, es decir que este sector consume 12 veces más agua que la población humana en nuestro país, pero hay una mala gestión del agua en la agricultura, ya sea por políticas erradas, un desempeño institucional deficiente o por la corrupción.
Un penoso ejemplo es el del Programa Regional de Irrigación y Desarrollo Rural Integrado (Prider), esta institución ejecuta el mayor presupuesto del Gobierno regional de Ayacucho, pero tras 12 años de funcionamiento no se tuvo buenos resultados.
Existen múltiples denuncias en contra de Prider, demora en la entrega de obras, reservorios mal diseñados y varios de sus directores han sido acusados de corrupción. Por estos motivos, meses atrás el pleno del Consejo regional de Ayacucho aprobó que se realice una auditoría general y solicitó la reestructuración total de la institución.
Situaciones como estas, perjudican aún más a los administradores de los sistemas de riego, los usuarios de agua y a las organizaciones de agricultores, quienes por lo general tienen capacidades limitadas para realizar sus funciones con eficacia y encima deben luchar contra instituciones corruptas.
Las cuestiones técnicas y políticas generan que la región de Ayacucho aún tenga una producción importante de cultivos en secano. “En la región solo el 1% de agricultores utiliza riego tecnificado, a pesar de que en los últimos años se han desarrollado diversos proyectos enfocados en riego por aspersión, hay cientos de agricultores que no acceden a estos proyectos y no tienen cerca canales de riego, por eso solo deben esperar la temporada de lluvias”, indicó Wilfredo del Villar, representante de la Dirección Regional de Ayacucho (DRAA). El cultivo por secano es una práctica muy antigua en nuestro país y en otros países con zonas altoandinas, los ciudadanos locales estaban acostumbrados a tomar el agua de los nevados y consideraban que estas serían sus fuentes naturales inagotables, pero esto ha cambiado, en 54 años el país ha perdido más del 50% de toda su superficie glaciar, así lo indica el Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (Inaigem).
RAZUHUIILLCA: el nevado que dejamos ir

Se suele contar que para preparar el muyuchi (helado tradicional de Ayacucho) se traía bloques de hielo del nevado Razuhuillca ubicado a 4931 msnm, pero en la actualidad el Apu más importante de Ayacucho solo se tiñe de blanco en las épocas más frías.
La pérdida de este nevado es lamentable y como lo mostramos anteriormente el cambio climático sumado a la desidia política y otros factores perjudican el desarrollo de las comunidades campesinas de las zonas altoandinas, a pesar de esto aún hay casos dignos de admirar e imitar, por ejemplo, la lucha de los agricultores y pobladores de Huanta.
Los integrantes de la Comisión de Regantes de Razuillca – Huanta, se organizaron y pidieron a las autoridades locales y regionales que se realizara un proyecto para mitigar los daños ocasionados por la desaparición del nevado y su preocupación por mantener sus reservas naturales acuíferas (ojos de agua, lagunas y bofedales), es así como se logró la ejecución del proyecto: Recuperación de los Servicios Ecosistémicos de Regulación Hídrica de la Microcuenca de Razuhuillca.
Este proyecto comprende 12 módulos que van desde siembra y cosecha de agua, recuperación de los ecosistemas de la microcuenca, recuperación de praderas hasta educar a la población sobre el uso de energía renovable, con el proyecto se ha logrado reforestar 50 hectáreas en zonas de la microcuenca y se han realizado 20 hectáreas de zanjas de infiltración (excavación que permite acumular el agua de lluvia).
“Este año hemos logrado producir 130 mil plantones nativos que nos ayudarán en la siembra y cosecha de agua además los usaremos para seguir reforestando la zona de Razuillca. Tenemos plantas como el queñual, quishuar para las zonas altas, la tancara y el aliso para las zonas bajas, todas estas plantas han sido producidas en el vivero regional. Como se sabe son plantas en peligro de extinción, pero estamos trabajando para recuperarlas y plantarlas en sus zonas nativas”, dijo Efraín Palomino, responsable del Proyecto.
Palomino también nos comentó que la población de Huanta está siendo beneficiada con el proyecto, además de que felicita la buena recepción y la iniciativa que han tenido los agricultores de la zona, además recalcó que todo proyecto que contemple la creación de un reservorio debe tener en cuenta trabajar con la población en temas de siembra y cosecha de agua porque de lo contrario no tiene sentido.
Los agricultores son conscientes de que sin agua no hay vida y ante la indiferencia de las autoridades, que hasta ahora, no realizan proyectos de gran impacto en el sector agrícola, tienen que recurrir a métodos ancestrales como el Para qipiy (cargar a la lluvia) o Para apay (llevar a la lluvia), primero se realiza una ofrenda a la laguna y después se sacan en unas vasijas de arcilla el agua y las algas de la laguna y se llevan velozmente al lugar donde se quiere que llueva.
Estos rituales forman parte de la cosmovisión andina, que aún siguen presentes en innumerables comunidades de la región, por ejemplo, los pobladores de Quispillacta junto a la Asociación Bartolomé Aripaylla (ABA), han logrado merecidos premios y reconocimientos por cuidar y preservar el agua, estos pobladores aprendieron a construir lagunas y continúan transmitiendo este conocimiento.
Entre el 2001 y el 2016, la región de Ayacucho atravesó por una sequía, las lluvias no fueron suficientes para llenar la presa Cuchoquesera, por semanas la ciudad se quedó sin agua, los baños públicos se cerraron, los colegios también, todas las personas hacían cola para recibir un poco de agua del camión cisterna, mientras que en el campo los estragos fueron más fuertes para los agricultores, quienes vieron melladas sus vidas y economía.
Sin duda nadie quiere repetir esa experiencia, tememos a tres palabras: “no hay agua”, esta frase genera temor en todos, entonces para no oírla debemos cuidar el agua, preservar el medio ambiente, respetar las costumbres ancestrales y sobre todo visibilizar a las comunidades que están en las zonas altoandinas. Ellas siempre han estado ahí, haciendo actividades de conservación del agua para que todos podamos disfrutarla y seguir viviendo. Es momento de que las autoridades valoren este trabajo y les den los recursos necesarios para mejorar su calidad de vida.