Raúl Vegas Morales
La sociedad ha distorsionado sus valores de tal modo que las personas honestas son vistas como bichos raros, cuando no como tontos o fuera de época. Los “normales” son los que “roban pero hacen obra”, los que fugan de la justicia ante una sentencia hasta que el poder judicial cambie de parecer, los que ofrecen o aceptan coimas, los que conviven con el poder de turno, los que dejan pasar abusos por no pelearse con nadie.
En el Perú es muy difícil ser honestos. Pero ser honestos y combativos es mucho más raro y más difícil, porque se pasa de lo personal a lo social: encorajinarse con la injusticia, denunciar abusos que se comenten con otros, quizás más débiles y sin posibilidades de llegar a la “justicia” del Perú oficial. Es cuando nacen los Luchadores Sociales, quienes se enfrentan y denuncian al poderoso que con dinero sostiene los hilos del poder.
La ley de la contradicción y la dialéctica indican que siempre habrá personas que se asquean con la corrupción y con el abuso, quienes inician una lucha siempre en desventaja, primero a través de resistencia a la tiranía, para ir avanzando y luego doblegarla. Aún en las peores circunstancias sociales ha surgido un adalid de la justicia, alguien que se compra el pleito.
La gente honesta es mayor que la corrupta, sin embargo, es menos notoria porque los actos corruptos son tan escandalosos que opacan los honestos, por eso cuando se habla de un funcionario público la percepción mayoritaria lo relaciona instintivamente con corrupción, una relación injusta porque hay funcionarios públicos en todos los niveles con hojas de vida limpias.
Lo que sí es cierto es que la corrupción está institucionalizada en todos los niveles de gobierno, que cada vez se va estructurando más buscando nuevas formas de evitar la fiscalización, que existe un pacto no escrito de encubrimiento entre corruptos, alianzas políticas de impunidad tan notorias en nuestro país. Y cuando son evidenciados, su muletilla es la “persecución política”.
Así, no es extraño que el día internacional de lucha contra la corrupción haya pasado casi desapercibido en el Perú, cuando de lo que se trata es de elevar nuevas banderas de honestidad, plantear otras formas de control del presupuesto público y fundamentalmente proponer una reingeniería educativa donde los valores, particularmente la honestidad, sean los pilares de la formación de la niñez y juventud peruana. Quizás la principal traba que encuentran los gobiernos es que, para plantear una gestión honesta, primero ellos tienen que mostrar honestidad.