Mario C. Zenitagoya Bustamante
L a corrupción sigue siendo una preocupación de primer orden. De manera cotidiana los medios de comunicación nos muestran visos de corrupción. La corrupción, por lo general, la protagonizan activamente los victimarios y los víctimas; pero, hay un tercer protagonista, caracterizado como el que no oye, no ve y no habla; son los protagonistas pasivos. Las principales modalidades de corrupción están incluidas en el código penal; como: soborno, fraude, tráfico de influencias y malversación. Lo anterior, trae como efectos la postergación del desarrollo al obstaculizar el correcto gobierno de los pueblos, distorsiona la economía con costos injustos, desacredita a la autoridad y altera la paz.
Para el estudioso de este tema, Galindo Mendoza, la corrupción política en el país ha sido facilitada por el predominio de regímenes autoritarios de los gobiernos en la década pasada y por una frágil institucionalidad de la sociedad exenta de los problemas reales del país. Para lograr la transparencia es necesario tener como aliado el funcionamiento adecuado de instituciones democráticas, una prensa independiente y acceso transparente a la información relacionada con el ejercicio del poder y las actividades gubernamentales. A esta estructura deben de sumarse los órganos de control que interactúa en cada entidad gubernamental y la consolidación del sistema de impartición de justicia del poder judicial, de este último depende la institucionalidad de una nación. Por cuanto, las necesidades sociales, la correlación de fuerzas políticas y la experiencia en materia de control, serán los factores decisivos para instaurar con éxito los instrumentos para la vigilancia de los haberes públicos.
Para el historiador y analista político Antonio Zapata, el caso Odebrecht “ha iniciado un debate nacional sobre la corrupción en nuestro país. Como la corrupción acompaña la historia del Perú desde hace mucho tiempo, es preciso voltear la mirada hacia nuestra larga experiencia y recordar las reflexiones de las antiguas generaciones al respecto. De acuerdo al famoso libro de Alfonso Quiroz, la corrupción empieza por el jefe del Estado, “el pez muere por la cabeza”. Es decir, si el presidente está complicado, el régimen político se convierte en una cleptocracia, el gobierno de los ladrones”.
Mientras que, si el presidente es honesto, puede haber cierta corrupción por abajo, pero no se apodera de la nave del Estado. Por ejemplo, los dos gobiernos de Belaunde. De acuerdo a las delaciones en Brasil, posiblemente este año veremos si nuestros tres últimos presidentes han sido honestos o continuaron a otra escala el régimen cleptocrático puesto en marcha por Fujimori-Montesinos.
La segunda lección que plantea Quiroz se refiere a los grandes nudos de la corrupción. Su eslabón más pernicioso es la construcción de elefantes blancos. En otras palabras, si una obra es necesaria y se cobra una coima es malo, pero es mucho peor cuando encima la obra está sobredimensionada y no se la necesita de ese tamaño.
En síntesis, la corrupción política es un proceso vicioso realizado por funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones, que consiste en apropiarse o desviar indebidamente recursos asignados directa o indirectamente. Es necesario entender la corrupción como un problema integral, como un fenómeno relacionado al mal funcionamiento del Estado y a la falta de sistemas de control y vigilancia efectivos -según Proética- . L a lucha contra la corrupción no es una tarea individual, más bien es un reto que asumen las instituciones civiles y públicas a fin de recobrar la confianza de la población.
¿Nos encanta ser espectadores en nuestra región de cómo va avanzando de manera desproporcionada la corrupción a costa del dinero público?