Luis Larrea
La evolución del homo sapiens es producto de su desarrollo racional, es decir, de aquella capacidad intelectual de comprender las cosas a su alrededor y tratar de superar todos los obstáculos. Nuestro instinto básico de supervivencia nos permite almacenar información y comunicar a nuestros semejantes de los peligros o las ventajas que hay en el mundo. Así sabemos que el fuego quema o que un árbol de frutas es una buena fuente de alimentación.
Hemos evolucionado a una velocidad asombrosa, pues si tardamos miles de años entre el primer instrumento de piedra y la escritura, han pasado apenas algunas décadas entre la máquina de escribir y la imprenta y la era digital de las comunicaciones. Hemos transformado nuestra forma de supervivencia basada en un consumo acorde a nuestras necesidades, a un consumismo marcado por la extrema acumulación de riqueza, y algunos países no tienen nada que comer mientras que en otros se arrojan toneladas de alimento a la basura.
En nuestro proceso evolutivo tratamos todo el tiempo de organizarnos, pues somos por naturaleza un ser colectivo, de allí que organizarse es una forma de sobrevivir. La historia nos muestra diversas formas de organización cuyas fuentes de poder pasan por el espiritualismo, el liderazgo en las guerras, el pragmatismo y algunas veces los ideales de una mejor sociedad. A todas estas formas se les conoce como monarquías, repúblicas, dictaduras, regímenes totalitarios y comunismo.
La fuente de poder espiritual de las sociedades teológicas fue cediendo terreno a las formas de elección popular conocida como “democracia”, es decir, el poder del pueblo. A su vez la democracia ha sufrido una serie de modificaciones desde la posibilidad de elegir, reservada solo para las clases pudientes y los alfabetos hasta una supuesta universalización de la ciudadanía. Digo supuesta pues pese a que la facultad de elegir y ser elegido es un derecho y un deber, hay todavía muchas trabas para ejercer éste derecho y sobretodo hay una gran mayoría de personas que no ejercen la ciudadanía activa, es decir aquella que no sólo elige, sino que asume responsablemente las consecuencias de su elección.
Encontramos una infinidad de trabajos científicos y pedagógicos que pretenden conceptualizar la democracia, determinando su esencia y sus características, es decir hacer que la democracia sea racional y que todos entiendan por democracia de la misma forma que todos entendemos lo que significa el fuego. Pero frente a hechos como la reciente elección de Donald Trump en EE.UU., no sólo como un outsider sino como alguien que abiertamente se declara contra el sistema políticos de su país, o como la dinastía Fujimori en el Perú, que cuenta con una mayoría parlamentaria y hasta una supuesta presidenta de la república en la clandestinidad con el apoyo de un 30% del electorado, llegamos a la conclusión que la democracia será racional para unos e irracional para otros. El dinamismo que imprime las relaciones sociales, los factores de poder y la confianza social hacen que la democracia no sea entendida de la misma forma.
Lo ocurrido en los EE.UU. con la victoria de Donald Trump no resulta ajeno a lo que viene sucediendo en otras latitudes. Pese a que el ejercicio de la ciudadanía es muy intenso en las redes sociales, ha dejado de asumir responsabilidad por sus actos. Las elecciones de candidatos ya no se dan en base a planes de gobierno o visiones del país. Se eligen a estas personas porque representan lo contrario a la clase política, es decir no se elige a alguien, sino se elige en contra de otros, lo cual es una diferencia muy importante, toda vez que estos ciudadanos que eligen en contra de otros, no asumirán la responsabilidad de los actos de gobierno del que resultó elegido. Por otra parte pone en evidencia que la clase política se ha alejado de la sociedad, es decir, ha perdido legitimidad y representatividad, lo cual genera el surgimiento de personas y grupos antisistema.
El hecho de elegir en contra de otros y la falta de representatividad y legitimidad de la clase política, viene construyendo una nueva forma de entender y hacer política. La falta de institucionalidad y ciudadanía activa son los cimientos de ésta nueva forma de democracia. Si bien es cierto que la elección en contra de otros se justifica por la falta de credibilidad en la clase política, pero no logro entender el hecho de querer mejorar o limpiar la casa que habitamos, arrojando más basura o dejando que sus paredes se caigan, pues todos somos parte del sistema político y tenemos la obligación de mantenerla limpia, lo cual implica que debemos asumir la responsabilidad de nuestros actos y debemos elegir el camino a seguir y no en contra de los caminos que no queremos seguir.
Queda por ver cómo evolucionará la democracia como esa forma de vivir, quizás estos sean los primeros signos de su extinción en la forma que hasta ahora la conocemos, ya que cada día crece el número de ciudadanos pasivos que votan en contra de otros y no asumen la responsabilidad de sus actos, o quizá volvamos a construir la institucionalidad mediante una ciudadanía activa y que los políticos recuperen la representatividad. Está demostrado que necesitamos caernos para volver a levantarnos.