Mario C. Zenitagoya B.
Un acto corrupto genera, en realidad, un conjunto de efectos perversos para la sociedad y el Estado.
La democracia representativa tiene como uno de sus pilares fundamentales la igualdad jurídica de todos los ciudadanos, más allá de las diferencias materiales y/ o sociales que pudieran existir entre ellos. Sin embargo, la corrupción rompe esa igualdad para favorecer o privilegiar a familiares (nepotismo), amistades y, en general, a todos aquellos que puedan pagar un soborno, en detrimento del resto de ciudadanos.
En el 2004, una encuesta revelaba que el 85% de la población peruana estima que los sucesivos gobiernos nacionales solo han beneficiado y protegido los intereses de unos pocos, perjudicando al resto de ciudadanos. A la fecha otras encuestas muestran un aumento de la corruptela o los “negociazos” (reconocer a Moreno por haber incluido en el diccionario de la corrupción dicha frase que cae como anillo al dedo a los corruptos).
L corrupción conduce también a la arbitrariedad y al desprecio de la primacía del Derecho, reemplazando la ley por el poder del más fuerte. Esto conlleva a la proliferación de la delincuencia, la inseguridad ciudadana y la incertidumbre en los agentes privados que no tienen un marco jurídico que proteja sus legítimos intereses.
En un Estado corrupto es más fácil -según expertos- la comisión de delitos en tanto la sanción de los mismos resulta poco probable. La inseguridad ciudadana, es evidente que en un Estado donde el aparato judicial y policial no actúan con respeto a la ley, el ciudadano se encuentra desprotegido, al no tener autoridad honesta y competente a la cual recurrir para reclamar por un derecho que le ha sido violado, genera en algunos casos de linchamiento, la justicia por propia mano.
En una encuesta publicada en el diario El Comercio, el 61% de la población peruana responde que tiene derecho a tomar justicia por sus propias manos.
Hoy en día, se ha incrementado la desconfianza en el sistema político. Porque cuando la corrupción se introduce en las distintas áreas de la vida pública de un país se vuelve omnipresente, se quiebra la confianza ciudadana en el sistema político y en sus instituciones al considerarse que “todo está corrupto”.
Esta situación se agrava cuando existe la creencia de que el cambio no es posible, tal como ocurre actualmente en el Perú. Frente a este flagelo, debemos callarnos o ser cómplices de cómo se corroe la democracia? En absoluto, debemos enfrentarla desde los espacios en que nos encontramos. El fruto cae por su propio peso.