Lincoln Onofre, Politólogo.
La ausencia de resultados tangibles, baja ejecución presupuestal, las contradicciones de los discursos, las promesas aplazadas o desplazadas, las demandas no resueltas, el malestar ciudadano expresado en las calles y, la alta rotación de los funcionarios de confianza nos llevan a cuestionarnos sobre lo que sucede al interior del gobierno regional y municipal.
Tal parece que el gobernador regional y el alcalde provincial no cuentan con ese equipo sólido que prometían durante la campaña electoral; de lo contrario, este equipo se mantendría y trabajaría de manera sincronizada, articulada. En el ámbito regional, basta observar la continuidad de funcionarios de confianza de una gestión cuestionada por los indicios de corrupción que llevó al ex gobernador regional, Wilfredo Oscorima, a pasar una temporada en prisión; o quizá advertir el desplazamiento del gerente de desarrollo social por una representante de la sociedad civil debido a la ausencia de resultados; o forzar a un funcionario a mantenerse en el cargo pese a que este ha renunciado en más de dos oportunidades o; esperar a que algún foráneo se anime a aceptar el cargo.
En el municipio la situación es más compleja; cada cambio o renuncia responde a un contexto diferente. Desde gerentes municipales por sorpresa, por encargo o por amistad; la presión de los autodenominados “espartanos” (herederos de la gestión anterior y ex-defensores de Oscorima) por mantener privilegios en el municipio; funcionarios que no reúnen los requisitos necesarios; reacomodos forzados; enfrentamientos abiertos o solapados entre gerentes; cargos y sueldos inventados; renuncias intempestivas o denuncias por comportamientos indebidos y un largo etcétera, forman parte del rosario de casos vistos en estos nueve meses. Esta ausencia de un equipo sólido -al igual que en el gobierno regional- ha decantado en dos hechos concretos. Primero, quienes tienen experiencia en el sector público y viven en la ciudad, no quieran asumir cargos de confianza, pues temen verse expuestos al ojo público o no logran entender qué quieren las autoridades de turno; consecuentemente, este hecho obliga al gobernador y alcalde a importar profesionales y llevarnos a una nueva incertidumbre, una nueva aventura.
Esas idas y vueltas son las que contribuyen a la deteriorada imagen de ambas instituciones y se reflejan -por ejemplo- en la baja ejecución presupuestal y los magros resultados producto de la incertidumbre laboral y que generan un malestar en la población.
Si bien, muchas veces cuestionamos a los funcionarios de confianza o de planta; quienes, ante la ausencia de resultados o el surgimiento de algún problema, son los primeros en ser sacrificados; a este punto, cabe preguntarse si acaso el problema no está “más arriba”, en quienes dirigen la institución.
Un gobernador y un alcalde de la misma agrupación política que no cuentan con un plan de gobierno, con políticas públicas o lineamientos claros, tendrán dificultades para transmitir una idea de región o ciudad a sus funcionarios y que estos sean interiorizados. Autoridades que carecen de liderazgo y tienen conductas caudillistas en una sociedad que demanda gobernanza, solo se rodearán de funcionarios cortoplacistas, sin visión, preocupados por cumplir metas, sin advertir los objetivos o resultados que deben procurar, sin concebir la importancia de la articulación y el valor público.
Así, estas acciones y otras evidencias nos llevan a pensar que se gobierna al compás de los intereses de privados, desplazando las demandas ciudadanas. Mientras se sueña en una ciudad turística, una ciudad para el bicentenario, es decir, una ciudad sin ciudadanos; problemas tangibles, críticos, como la inseguridad, el transporte, la salubridad o la limpieza pública son postergados una vez más, pues no son la prioridad del alcalde.
Tenemos una autoridad que demanda mayor presupuesto, sin embargo, al no reconocer los problemas y las lógicas territoriales de la ciudad o la región, no logra ejecutar siquiera el 50% de lo que tiene. En este escenario, nuestras autoridades desperdician -a sabiendas- una oportunidad de gobierno concertado, cuyas consecuencias durarán más allá de sus efímeras gestiones.